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La noche del Jueves Santo dormí en una posada de Ronda, uno de los pueblos más bonitos de la sierra de Cádiz. Después de la cena me asomé al salón común y vi que un grupo de gente -que supuse se alojaban en mi misma morada-  estaban sentados en corro en torno al posadero, quien se había tomado ya un merecido descanso y contaba una historia que me resultó muy familiar.

Por lo entretenidas que se veían las caras que escuchaban la voz potente y seductora de aquel hombre, decidí acompañarles y quedarme un rato al cuento. Nunca antes escuché a nadie contarlo tan bien, nunca fue tan terrorífico. Ni tan siquiera cuando en la noche de todos los Santos mi prima Dolores lo contaba (muy bien también por cierto), yo había sentido tan graves escalofríos.

 

El cuento del posadero no era obra suya, era el Gato Negro de Edgar Allan Poe (el mejor escritor norteamericano de cuentos de terror jamás). Mi versión preferida es la que edita el Zorro Rojo pero si queréis echar un ojo al cuento por Internet, aquí tenéis una buena traducción